domingo, 1 de abril de 2007

Leyendas del Epuyén
Una mañana de enero de 1922, el doctor Clemente Onelli, director del jardín Zoológico Nacional de La Plata, encontró la siguiente carta sobre su escritorio:

De mi consideración:

Sabedor de su interés publico, deseo llamarle la atención sobre un fenómeno sin duda del mayor beneficio, y que además podría permitirle adquirir un animal desconocido hasta ahora por la ciencia: Hace algunas noches vi unas huellas en un campo junto a la laguna donde tenia instalado mi campamento. Las huellas se asemejaban a las que deja una carreta pesada. El pasto estaba completamente aplastado y todavía no a vuelto a levantarse. Entonces, en el medio de la laguna, vi la cabeza de un animal. A primera vista, supuse que se trataba de una especie desconocida de cisne, pero las curvas visibles en el agua me llevaron a decidir que su cuerpo se parecía más bien al de un cocodrilo.
El objeto de esta carta es solicitarle su ayuda material para llevar a cabo una expedición. Me refiero a botes, arpones, etc. (podríamos construir el bote aquí.) Además, de resultar imposible capturar al animal, le pido me envíe líquido para embalsamar. Si mi proposición le interesa, le ruego que me envíe a casa de Pérez Gabito fondos para realizar esta expedición.

Muy atentamente.

Martín Sheffield

El autor de esta carta era un aventurero del condado de Tom Green en Texas, quien se autodenominaba sheriff y llevaba la estrella correspondiente y el sombrero como prueba del cargo. Aproximadamente apareció en la Patagonia, con un cierto parecido a Ernest Hemingway, y vago por las montañas “mas pobre que Job”, con una yegua blanca y un perro alsaciano por compañía. Persistía en el la ilusión de que la Patagonia era una extensión del Lejano Oeste. Era un gran tirador. Desde la orilla del río cazaba truchas, le daba al cigarrillo que el jefe de policía llevaba entre los labios y tenía el hábito de agujerear los tacones de las mujeres. (…)

Onelli convocó a una conferencia de prensa y anuncio la próxima caza del plesiosauro. Una dama de la sociedad contribuyo con 1.500 dólares a la compra del equipo necesario. Dos jubilados escaparon del hospicio de las Mercedes para luchar contra el monstruo. El plesiosauro inspiro también el nombre de un tango y de una marca de cigarrillos. Cuando Onelli insinuó que quizás seria necesario embalsamarlo, el Jockey club expreso la esperanza de poder exhibirlo, pero esto provoco las protestas de don Ignacio Albarracin, de la Sociedad Protectora de Animales.
Entre tanto el país estaba paralizado por una elección general que debía decidir si se cambiaba o no al presidente radical, el doctor Hipólito Irigoyen, y de alguna manera el plesiosauro logro incorporarse a la campaña como emblema de la derecha.
Dos diarios inclinados a acoger con beneplácito el capital extranjero adoptaron el plesiosauro. La Nación confirmo los preparativos para la caza y le deseaban buen éxito. En la prensa el entusiasmo era mayor aun: “La existencia de este rarísimo animal que ha despertado la atención en el extranjero es un acontecimiento científico que llevara a la Patagonia a una posición privilegiada por el hecho de contar con una bestia tan insospechada.”

En Buenos Aires zumbaban los cables. Edmund Séller, compañero de caza de Teddy Roosevelt, escribió solicitando un trozo de piel para el Museo Norteamericano de Historia Natural, en memoria de su viejo amigo. La Universidad de Pennsylvania manifestó que un grupo de zoólogos estaba dispuesto a partir de inmediato para la Patagonia, añadiendo que si atrapaban al animal el lugar mas adecuado para el era Estados Unidos. “Resulta obvio”, comentaba el Diario del Plata, que “este mundo fue creado para mayor gloria de los norteamericanos, manifiesta en la doctrina Monroe.”

El plesiosauro fue un regalo providencial para la izquierda. Clemente Onelli, el campeón que mataría a la bestia, aparecía como un nuevo Parsifal, Lohengrin o Sigfrido. El diario La Montaña dijo que, domesticado, el animal podría resultar útil para los infortunados habitantes de la Tierra del Diablo, Alusión a la revuelta de los peones en el sur de la Patagonia que había sido sofocada enérgicamente por el ejército el mes anterior. Otro articulo llevaba el titulo de “El dragón de Capadocia” y la publicación nacionalista La Fronda escribía: “Este animal milenario, piramidal y apocalíptico hace un ruido de la madona y por lo general aparece en medio de los opacos sopores de gringos borrachos.” (…)

Martín Sheffield murió en 1836 en Arroyo Ñorquinco. (…) Una cruz de madera con las iniciales M.S señalaba su tumba, pero un cazador de Buenos Aires se la robo. El hijo que tuvo con una mujer indígena vivió en El Bolsón.

Fuente: IN PATAGONIA
BRUCE CHATWIN 1940/1989
Primera edic. En ingles: Jonathan Cape Ltd, 1977
Traducción BOLSONWEB.COM. AR

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